sábado, 12 de julio de 2008

Valoración a la ardua Labor

Educación para lo social

Formamos para lo individual, pero también para lo social. Para un alumno, formarse no es una actividad gratuita: requiere un esfuerzo de adaptación, ya que cuando uno se forma, en cierta manera deja de ser quien es para ser algo diferente a lo que era, y uno está en un continuo y progresivo cambio de papeles que le lleva desde una infancia sin responsabilidades a una juventud y una madurez donde asume su rol de adulto, más o menos estable, al que subyace una experiencia y una personalidad también más o menos formada que es capaz de afrontar -mejor que peor- la vida en sociedad. Sociedad que, por lo general, suele premiar el esfuerzo de adaptación realizado, y esperemos que siga siendo así, aunque también todos conocemos ejemplos de personas que abandonaron tempranamente el sistema educativo y resultan ser estupendos y exitosos ciudadanos.

Una de las tareas del docente es dosificar ese esfuerzo del adolescente en esa etapa de su vida. Sin eliminarlo, porque entonces no habría avance posible, y el niño seguiría siendo niño, pero sí haciéndolo sostenible y sin que llegue a los límites de la ruptura, ese límite que todo individuo tiene a partir del cual se pueden producir dos cosas: el abandono o la violencia. En el caso de la enseñanza, el abandono escolar, porque uno se ve impotente para seguir la corriente del sistema educativo, o la violencia, contra uno mismo o contra los demás, porque uno se rebela contra una institución que no le ofrece nada, o que lo que le ofrece no le interesa por ser demasiado difícil o demasiado aburrido, y encima le obliga a estar ahí.

Detectar ese límite de ruptura en cada alumno es otra labor que se realiza continuamente y puede trastocar hasta la programación más afinada de una asignatura, pues afortunadamente la vida nunca se repite a sí misma y siempre encontraremos más de un/a alumno/a que no encaja en ninguna de las categorías que hayamos previsto. Por ello, opino que la docencia es más un arte que una profesión, pues siempre se tiene que estar a la búsqueda de nuevas respuestas, lo cual a su vez requiere unas estructuras flexibles que permitan la necesaria improvisación en el aula para poder adaptarse a la creciente diversidad.

Esa tarea del docente consiste, en otras palabras, en ayudar a los adolescentes en su transcurrir por esa complicada etapa de la vida. Y ello, claro está, requiere un gran esfuerzo, no sólo en cuanto a la transmisión de unos conocimientos, que todo docente por su formación lleva consigo, sino también -o sobre todo- por la dificultad que supone formar a un ser humano en una etapa de su vida en la que adquiere rápida conciencia de casi todas sus capacidades, aunque le cuesta mucho más tiempo percibir o apreciar la responsabilidad de sus acciones.

De esa distancia entre la capacidad de hacer y la responsabilidad por lo hecho se alimentan la irracionalidad y la violencia, y es ésa la distancia que el docente se esfuerza continuamente en acortar, en una de sus muchas labores. Si algo agota a un docente es precisamente el trabajo de introducir el orden donde no lo hay -suele ser el origen del conflicto en el aula- , que es condición necesaria para poder comenzar a transmitir conocimiento. La educación para lo social consiste precisamente en ese acortamiento, y está estructuralmente insertado en el sistema educativo, que no es un sistema de mercado, donde unos compran lo que otros venden y se establecen competencias y rivalidades propias del capitalismo salvaje, sino más bien es un sistema igualitario donde lo que prima es un interés social: mi propio interés de aprender y mi interés de que los demás también aprendan. Esa convergencia de intereses se extiende a toda la sociedad, y radica en que su propia pervivencia depende, entre otras cosas, de esa transmisión de conocimiento y cultura que se realiza en el sistema educativo. Ese interés se despertará en el alumnado en la medida en que se le muestre un horizonte realista que a la vez sea motivador y contrarreste los falsos horizontes de seducción que se les muestran en otros lugares.

Energía

Reducir esa distancia es una constante en el trabajo del docente y requiere gran energía mental. Las vacaciones de profesor no son ningún chollo, como algunos piensan. Hace falta tiempo para recomponer una psique desgastada por un largo curso: claro que esto sólo lo puede saber con certeza quien ejerce o ha ejercido la docencia. Y si es cierto aquello de que "la energía no se crea ni se destruye, sólo se transforma", que lo es, entonces habrá que plantearse si la burocracia y otras labores periféricas tienen que ser revisadas y minimizadas para no bombardear al profesorado con tareas y funciones que le restan energías para su cometido fundamental. De la misma forma que no es posible correr los cien metros lisos en condiciones después de una maratón, no se puede entrar en un aula agobiado por múltiples tareas pendientes. Asimismo, habrá que plantearse -en la Educación Secundaria Obligatoria, cuyo fin no es selectivo- si queremos transformar un sistema igualitario en un sistema de mercado, donde al pretender cuantificarlo todo, se cuantifique incluso lo no cuantificable, porque ello supondría, en mi opinión, cosificar al alumnado y convertirlo en una suma aditiva de sus capacidades, lo cual es válido fabricar un objeto según criterios de calidad, pero no para informar las bases de un ser cultural, porque siempre seremos algo más que la suma de nuestras capacidades, y se me ocurre que ese algo más tiene una importancia clave.

Sabemos que la profesión es intensa y propicia la entrega y el desgaste, y que traspasar los límites de ruptura puede suponer depresión, fatiga crónica, ansiedad, etcétera. Un cuidado que debe tener el docente es el de dosificar su propio esfuerzo y hacerlo también sostenible; la labor docente es demasiado valiosa como para que nos permitamos el lujo de prescindir de ella. ¿Por qué es valiosa? Pues se me ocurre que sobre todo por lo que no se ve. ¿Y qué es lo que no se ve? Pues la vida mental de los individuos, que es el lugar donde se reconoce -muy a posteriori-, la totalidad del influjo que hayan podido ejercer en uno mismo los profesores que haya tenido, cuyo saldo casi siempre es positivo y entrañable

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